viernes, 7 de diciembre de 2018

Oficio

Marcelo llega a casa, me pregunta qué soy, en qué trabajo. Respondo que soy estudiante de derecho, que trabajo en la municipalidad, que cuando acabe la universidad seré  abogado.

Cuando tenía su edad, recuerdo que invocar la profesión de los padres era recurrente en los compañeros del jardín, de un modo u otro, ellos se enorgullecían mencionando el oficio de sus progenitores, mi papá es policía, cuidadito con molestarme porque le digo y te mete a la cárcel; mi papá es abogado y gana harta platita; mi papá es médico, le diré que me dé una pastillita y me curaré.

Supongo que a mi hijo no le emociona mencionar que su papá es estudiante universitario, ósea no tiene profesión, no tiene magia ni súper poderes. Hay una significativa diferencia entre ser estudiante de derecho y ser abogado.

Cuando concluí la secundaria no tenía una idea cabal de lo que quería ser, tenía que decidir, escogí el derecho como quien sigue una tradición familiar (mi hermano mayor es abogado) como queriendo complacer a mis padres, en especial a mamá.

Recuerdo que a papá se le inflaba el pecho cuando decía a sus compañeros de trabajo que todos sus hijos son profesionales, recuerdo a mamá sentirse segura cuando contaba a las vecinas mi hijito mayor es abogado; mi segunda hija es contadora; la que sigue, pronto se colegiará contadora también.

Al ingresar a la escuela de leyes, no tardé en desencantarme de las ciencias jurídicas, me aburría mucho, no quería tomarme esa sopa de leyes y convivir con códigos el resto de mi vida.

Al cursar el tercer año, abandoné la carrera sin que mi familia lo sepa, durante años les hice creer, sobre todo a mamá, que seguía estudiando de manera regular, hasta que la mentira no soportó el avance de los años.

Fue grande la decepción de mi familia cuando confesé el engaño en que los tenía, perdí su confianza (que me tomo mucho tiempo recuperar), recibí todo tipo de regaños y llamadas de atención y desde entonces fui con motivos más que suficientes el hijo y el hermano que no merecían.

Retomé la carrera, y al poco tiempo di noticias de mi paternidad, que para mis seres queridos fue un segundo y definitivo golpe.

Iba a ser papá, así el mundo cambió, las prioridades se modificaron, uno es responsable de quien viene en camino. En ese contexto, terminar la carrera de derecho se hizo un larguísimo camino cuyo fin, en tanto pasan los años, parece hacerse más  lejano y difuso.

No obstante, no podría renegar de mi carrera, si no fuera por ésta, hoy no tendría el trabajo que me permite solventar los gastos y procurar los alimentos de mi familia. Haber seguido estudiando, en cierto modo, me ha facilitado las cosas, lo cual imagino sería preocupante de no haber estudiado carrera alguna.

Es gracias a esa tranquilidad que me depara la profesión inconclusa del derecho que puedo darme tiempo para escribir.

Ahora que me acerco al umbral de los 30 años, los cuestionamientos tocan la puerta, de forma similar a cuando uno termina la secundaria. Es tiempo de decisiones.

En la casa que dejé hace seis años, mamá espera. En la nueva casa, un niño de cuatro años contempla.

No está en mis planes dejar la carrera, todo lo contrario, espero un día obsequiar a mi familia y sobre todo a mi madre, el título profesional de abogado.

Espero poder dar a mi hijo una respuesta que sepa enaltecer el deber que tenemos todos de no renunciar a nuestros sueños, y cuando alguien le pregunte por el oficio de su padre, él pueda resolver con alegría y convicción invocando: Mi papá es escritor, me está escribiendo un libro.

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