No me importa si muero
el infierno es rojinegro.
Palabras
escritas en banderola de la hinchada del FBC Melgar.
Papá es hincha de la U;
Karina, mi hermana, del Melgar, cuando tenía cuatro años y aún no tenía noción
cabal de las cosas, papá decidió llevarme por primera vez a ver un partido de
futbol en el monumental de la UNSA, se enfrentaban Melgar y Universitario
precisamente, ante el abrasador calor de la tribuna oriente, papá me compró un
gorro crema y guinda que llevaba estampada las palabras garra crema, recuerdo, el obsequio fue dado con especial cariño,
estábamos emocionados, mi padre tenía la intención de que me hiciera hincha del
equipo de sus amores, hacía méritos, estaba engreidor, sí quería gaseosa,
cremolada o sanguchitos, él concedía los antojos con una sonrisa.
Por aquél entonces no
sabía de banderas, de equipos y mucho menos de hinchadas. Del futbol, nada,
solía patear en el patio de mi casa una pelota crackcito que se hinchaba al calor del sol, sin tener idea de lo
que era una cancha, un arco, un gol, lo hacía para matar el rato. En la sala,
de vez en cuando, solía ver a papá frente al televisor mirando una pantalla
verde, en ocasiones contento en otras furioso, le preguntaba qué pasaba, el decía que estaba jugando
la U o la selección peruana; quién tiene
que ganar, volvía a preguntar, los
blanquitos, los cremitas decía papá y yo con tal de apoyarlo hacía una
barrita incipiente mirando esa misma pantalla, hasta que me aburría.
Aquel día en que papá
pretendía hacerme hincha del equipo crema, no armó bien la estrategia, los
propósitos se le contrariaron, aquel medio día caluroso, cometió dos errores,
uno, llevar a mi hermana y dos, trasladarse a escasa distancia de la barra
rojinegra.
Mi hermana, empezó a
argumentar que tenía que ser hincha del Melgar, porque es el equipo de Arequipa
y todo arequipeño debiera ser hincha de éste, y el argumento me pareció
contundente (o es que todavía no sabía contradecir), claro si fuera de Lima,
fijo que soy hincha de la U o Alianza o Cristal, pero no, eres de Arequipa, en
consecuencia, hincha del Melgar pues… Luego que más bonita era la camiseta del
Melgar, el rojo sangre, el negro luto, elegante y coincidimos en el gusto, papá
iba por los sentimientos mi hermana por las razones.
Yo no miraba la cancha,
no entendía las cosas que pasaban en el gramado, quedaba estupefacto ante la
inmensidad del estadio, la gran cantidad de gente, las arengas, los aplausos y
las olas, pero en especial, por el grupo de personas que saltaban, los
instrumentos musicales, las caras pintadas y los colores rojo y negro en la
piel, Karina se percató de lo seducido que estaba por el espectáculo y sugirió
a mi padre que nos acercásemos al la barra, para que mi hermanito no se aburra
dijo, él aceptó, ¡carambas!, no debió aceptar, tal vez no debió ser tan pasivo,
(o tal vez sí) apenas estuvimos allí, mi hermana se contagió de la algarabía y
los cánticos de la hinchada, papá miraba sentado con una seriedad apenas
controlada, junto a mi hermana saltábamos entonando las canciones de apoyo al
equipo Dominó, de rechazo al rival de turno.
Lo que menos ayudó a
papá, fueron los goles, el primero, fue una especie de sismo en las graderías,
fue sentir el corazón latiendo más rápido y fuerte por la impresión, fue
contemplar a mi hermana y la multitud gritar en sincronía el gol, y unirnos en
un abrazo fraterno, entonces papá se torno de serio a molesto, pero yo sentía
esa alegría desbordante como el amanecer de un nuevo sentimiento, como una
invocación al espíritu.
Minutos después, Melgar
metió el segundo, y otra vez, junto a mi hermana, abrazados, brincando por el
triunfo, dejando la garganta ¡gooooool! gritábamos, papá no aguanto más
¡Siéntense, carajo! dijo.
Obedecí, no recuerdo si
es que mi hermana lo hizo, los minutos restantes se hicieron un tanto
angustiantes e interminables, cuando el partido terminó, tenía una extraña
sensación, no correspondí las comprensivas intenciones de mi padre (Marcelo,
mi hijo de cuatro años, hoy es hincha del Melgar con una fórmula similar a la
que papá practico conmigo, ayer nomás me pidió de obsequio una camiseta y me
sentó de contento su solicitud). En cierto modo fue injusta la circunstancia,
el rostro de autogol maldiciendo medio estadio del hombre más querido, y me
sentía un tanto ingrato, ojalá tuviera el espíritu de quien sabe conservar los
objetos valiosos y hubiese guardado esa gorrita de la U que él tuvo a bien
regalarme (pero la usé, la utilicé hasta que de viejo o yo de crecida cabeza,
ya no dio para más).
La primera vez que
llevas a tu hijo a un estadio, es un día esperado un día para atrapar en la
memoria, siempre le estaré agradecido a papá por haberme regalado además del
gorro y los antojos, uno de las tardes más hermosas de mi vida, y a Karina, mi
hermana que quiero muchísimo, por haber fundado los motivos exactos para que
viva esta pasión rojinegra hasta el último de mis días.
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