martes, 13 de noviembre de 2018

Malvado escritor

Cada vez que escribe, el escritor sabe que va a perder amigos, es un efecto inevitable, un resultado que logra efímeras tristezas pero que no vencen su innoble hábito.

El escritor está preparado para la escasez del amor, siente un extraño regocijo en su soledad; resiste su déficit de calor humano creyendo y predicando “es preferible tener lectores que amigos”.

No es inteligente ser amigo del escritor, no es aconsejable confiarle anécdotas, mucho menos intimidades ni secretos.

El escritor reduce su vida a dormir, leer y escribir, esta última actividad sin prescindir todas las vivencias que sus amigos le confían y que él anota con rigor de  biógrafo, las cuales serán materia esencial para que el escribidor teja sus historias, las mismas que destruirán el honor y respetabilidad de ellos.

El escritor, cuando publica gana una leve fama, la gente que es ajena a su entorno, saludan su talento malvado, lo felicitan, le animan a seguir su delirante oficio. No le proponen amistad, lo admiran. En otro ámbito, es rechazado, odiado, censurado y aislado.

No falta gente que sugiere un escritor mercenario con personajes que desean fulminar en letras, no es difícil imaginar que existe gente dispuesta a hacer favores para satisfacer su morbo.

El novel escritor no acepta esas apreciables ofertas; prefiere su espontaneidad desprovista de inmorales estímulos.

Aunque siempre lo duden, cree escribir sin intención destructiva, ha destinado su oficio a describir prejuicios, injusticias, hipocresías, mezquindades, vicios y otras manifestaciones de la bajeza humana, no para dar moralejas ni vengar a nadie, sino por la búsqueda de comprensión y solidaridad con ellos mismos, senderos literarios que naturalmente, sus amigos no reconocerán.

El garabateador de la ofensa, acepta que renuncien a su amistad, que se declaren enemigos suyos, que insulten y critiquen su obra en dosis de desprecio, despecho y resentimiento según el daño o perjuicio.

El escritor aunque resulte innecesario, oculta a sus amigos, con otros nombres. No sirve. La gente no es tonta, los ubican con precisión. Ante estas evidencias insalvables, la gente cuestiona al escritor para que confirme la identidad de sus personajes, el escritor aprende a contestar como cierto personaje de novela “ni tu puedes hacerme todas las preguntas, ni yo puedo darte todas las respuestas”, añade que su obra es nada más que literaria, que el no hizo un casting para que la gente (entre ellos sus amigos) se atribuyan personajes, la gente tiene libre albedrío para imaginar, alucinar y reconocerse en sus personajes, que de sus escritos no afirmará ni negará nada.

Los sobrevivientes en amistad del escritor, le reprochan, le sugieren que saque de publicación sus perversos artículos, deberías pedir permiso, avisar antes de publicar; ahora que lo hiciste y no puedes negar los estragos de tu obra, deberías pedir perdón, a los agraviados.

El malvado escritor tiene un argumento que le ha parecido irrefutable: Si los escritores tuviéramos que pedir venias, perdones y cargar con remordimientos, acabaríamos con nuestra vocación literaria por pura falta de tiempo.

El escritor no podría escribir nada más, no hay remedio, acepta la realidad, su fatal talento.

El escritor es sincero al extremo de la crueldad, no es cortés, esta última conducta consiste en una modalidad sutil de mentir, sobre todo a los amigos, y el escritor no quiere amigos ni anhela ser mentiroso de forma cortés.

Al escribiente no le importa conservar los amigos que le quedan le resultan nobles en exageración, no le interesa recuperar los perdidos, ni buscar a los extraviados, no quiere admitir a más, sería una negligencia canina intentar ser amigo del escritor.

La existencia de la gente le es real, si están a un metro suyo, entonces el escribidor; conocido o no, amigo, enemigo o ex-amigo, los saluda, les sonríe sin sentir alegría y trata de ser rápido en despedirlos.

El narciso escritor gusta de estar solo, presume que la sabiduría le llegará en su condición sedentaria, no le interesa la gente real, prefiere leer todos los libros del mundo que no tiene gente real.

Imagina la trayectoria de las juventudes del mundo: las fiestas cumpleañeras, los agasajos, los paseos, las amanecidas bohemias, el vino, la cerveza, los bailes, los conciertos, el cine, las charlas con risas sin fin, el sexo, los viajes, el amor.

El escritor se exonera del entretenimiento colectivo, no tiene redes sociales, usa poco el internet y el celular, evita las reuniones, lo cual se traduce en ventajas eficientes, nadie lo llama, nadie lo toma en cuenta, y el escritor es feliz así, porque ha pensado que existe virtud en estar distraído del mundo, en ser invisible, en no ser.

No celebrará los cumpleaños que quedan, sobre todo los de aquellos que por cuestiones afectivas o familiares debería festejar más, no espera ni quiere que celebren el suyo, la gente malvada no merece ser reconocida; no obstante, a veces no resiste, su carácter pusilánime, en ocasiones lo ha llevado a lugares que no imagino ni quiso conocer; vamos a ver el homenaje a Jimi Hendrix  le dijeron, está bien, vamos, contestó; no quería ir, pero ya estaba allí, escuchando esas bandas de rock estridentes, disfrutó, le gustó, quiso quedarse, más cuando a casa llegó a pesar de esos gozos innegables, le quedó un sentimiento disconforme, mejor hubiese sido quedarse en casa, acaso leer el paso de Odiseo en el "Averno" en la "Divina Comedia", acaso dormir. Las cosas están hechas, sucedieron, reconoce haberse divertido, reconoce también, haber perdido tiempo.

Encerrado en sí, el escritor padece de soledad y ha condenado su circunstancia humana a su glaciar indiferencia.

El escritor se entretiene cada día,  viendo los arreboles rosáceos de la tarde, viendo el sol más grande y avergonzado que se va tras los horizontes con curvas azules,  tiene la diáfana certidumbre de que mientras escribe ha perdido la amistad de alguien más... la de sí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dos poemas

Alma No sea alma gravitante en el vacío, no podría aunque quisiera, a ti asomarme. Vana voluntad, dedos que imagino resbalar ...