Se excusa declarando, sin el menor residuo de pudor académico, que la carrera que sigue, el derecho, lo aburre a morir.
El estudiante mediocre tiene la certidumbre de no haber nacido para las aulas universitarias, siempre que se ha sentado en una carpeta; rodeado de otras personas de quienes no ha dudado que son superiores a él, oyendo a un profesor por lo general aburrido y fijando su miope vista en una pizarra, ha tenido la nítida sensación de que su tiempo se pierde de la forma más tiránica y tediosa. En su caso, que duda sea el único, el colegio y la universidad le han servido de poco.
Asiste a diario a su universidad con una resignación familiar secreta, sólo para que sus padres los sigan manteniendo en su condición parasitaria.
Las huelgas, la consecuente ausencia de labores, le provocan un mórbido placer, se queda en casa. El tiempo le sobra, y él, halla regocijo perdiéndolo en su ocio solitario.
Al estudiante mediocre le llegan abundantes mensajes de un frente estudiantil con un común mensaje: Rechazo a las huelgas.
El estudiante mediocre es hipócrita, felicita a sus compañeros por su abnegada iniciativa, justifica sus inasistencias de cada sesión, de cada movilización, aduciendo que a esas horas está ocupado en sus prácticas pre-profesionales; miente, él no asiste aunque tuviera tiempo, muy al contrario suele esperar las huelgas con ansiedad egoísta anhelando además que duren mucho tiempo.
Tiene un diáfano recuerdo, en su época escolar, siempre que anunciaban un feriado, sea por el onomástico del director o por la gripe de la profesora, él y sus compañeros celebraban enardecidos con la felicidad de reo liberado, salvo hipócritas excepciones.
Le resulta difícil entender ¿Por qué esos compañeros sindicalistas más la gente que asiste a sus convocatorias son poquísimas? ¿Por qué enarbolar con las exageraciones del exhibicionismo un frente de estudiantes de faceta izquierdista? ¿Por qué no logran nada?
Al estudiante mediocre le hace gracia leer cada chapucería del frente, los considera mamotretos provistos de retórica barata, cuyo contenido, no lo convencen de nobles intereses colectivos sino de criolla sagacidad, con fingida indignación que les servirá muy pronto de trampolín político para alcanzar sus intereses egoístas.
El mediocre estudiante le es más fácil comprender que los alumnos están felices sin ir a la universidad; cree que no han cambiado la conducta de la época escolar; sabe además, que es posible que uno sin ir a la universidad tenga mejor oportunidad de aprender más y mejor; en todo caso, depende de cada quien.
El estudiante mediocre ha organizado su próximo semestre tomando en cuenta que el próximo será su año sabático.
Espera que los docentes no pierdan su verano, su reclamo es justo, la culpa es del gobierno, por lo mismo ha pedido a los designios del sindicato que reanuden las labores cuando acabe el verano.
Espera tener dinero suficiente para pagar el saldo de los cursos reprobados y abandonados del semestre anterior.
Se matriculará en todos los cursos que pueda, comprará los sílabos, hará un cálculo de lo estrictamente mínimo que deberá hacer para llegar a los exámenes de aplazados a cuya consecuencia comprará los recibos pequeñitos y verde-esperanzadores por adelantado, aunque tenga una débil esperanza de aprobar allí.
No plagiará, aunque nunca lo ha hecho, se promete una vez más, resistir la corrupta tentación, por lo mismo, preferirá desaprobar.
Al estudiante mediocre le alegrará saber que ha aprobado un curso, si son dos, se sentirá exitoso.
No asistirá a clases, aunque allí esté la señorita de quien está enamorado, mejor dicho, todo depende de los cálculos del silabo.
En cada examen, salvo los aplazados, salvo que haya estudiado (evento muy improbable), diligenciara de la misma manera que en el último semestre, pondrá su nombre, esperará lo que su cobardía sugiera (casi cinco minutos), entregará un inmaculado examen y mientras sonríe, agradecerá al profesor por su esfuerzo.
El estudiante mediocre es un hombre sin esperanzas, no espera nada de su universidad, no la detesta, al contrario, se siente orgulloso de ella, le agrada su historia, sus ambientes, sus edificios monumentales, sus jardines primaverales.
Su alma mater le gusta más ahora, sin alumnos, luce apacible, silenciosa… Es cuando el estudiante mediocre de vez en cuando, se cobija feliz, en los jardines universitarios a merced de la mocedad de los robustos arboles que le dan sombra; puede leer poemas y novelas; garabatear con nimia calidad sus primeros intentos de escritor; pero sobre todo, mejor que todo, tener la oportunidad redentora de dormir y olvidarse una vez más, de que es un estudiante mediocre y que hay una razón más (ahora escrita) para que el mundo lo deteste.